Obsolescencia programada

La obsolescencia programada es el progresivo agotamiento de la vida de un producto, con el objetivo de hacer que ese objeto dure el menos tiempo posible, es decir, si un objeto se estropea al cabo de unos pocos meses o años, la gente lo tirará y se comprará otro, y así sucesivamente haciendo de esto una cadena.

Por ejemplo, un ordenador, al que sus fabricantes incluyen unas piezas defectuosas, de tal forma que al poco tiempo dejará de funcionar, esto también pasa con nuestras lavadoras, televisiones, móviles, etc.

El fin de todo esto, es simplemente alimentar a la economía, es decir, nadie quiere tener algo que no funciona o que está pasado de moda, por tanto se acabará comprando otro producto con mayores ventajas, lo cual quiere decir que ese producto nuevo tendrá mucho más valor y durará mucho menos  tiempo que el anterior.

El origen de la obsolescencia programada se encuentra en 1932, donde Bernard London propuso terminar con la gran depresión a través de esta forma. Cada producto que se vuelve obsoleto implica contaminación, es un problema evidente del actual sistema de producción y económico que no se ajusta en absoluto a la armonía y al equilibrio de la naturaleza.

Los residuos de los aparatos eléctricos y electrónicos contienen materiales que son dañinos porque si no se les trata adecuadamente pueden resultar dañinos para el ambiente.

Estos aparatos contienen materiales contaminantes como el plástico, el polipropileno, las baterías de plomo, etc. El plástico es el material más lento para degradarse ya que tarda de 100 a 1.000 años.

La mayoría está hecho de tereftalato de polietileno, un material duro de roer y los microorganismos carecen de medios para atacarlos. El polipropileno tarda 1.000 años en descomponerse, contamina menos que el poliestireno pero también tarda.

Una de las partes muy preocupantes son las bacterias de plomo, que debido a su elevado contenido de plomo implica grave peligro para el ser humano y para el ambiente, ya que al respirar polvo de vapor de este metal puede provocar graves perturbaciones para la salud, incluida la muerte, además de perjudicar el ecosistema. 

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